Cristina Iglesias
Estudió en la Chelsea School of Art de Londres entre 1979 y 1982, exponiendo por primera vez en la capital británica el mismo año en que concluía su licenciatura. Cristina Iglesias refleja, como pocos artistas españoles, el paradigma de la internacionalización de las artes plásticas españolas en la década de los ochenta. Así, ha expuesto en prestigiosos museos y fundaciones, tanto de Europa como de Estados Unidos. Representante española, junto con Antoni Tàpies, en la 45ª edición de la Bienal de Venecia (1993), su primera exposición en un museo nacional tuvo lugar en 1998, cuando, en colaboración con el Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid y el Museo Guggenheim de Bilbao, mostraron su obra.
Sus esculturas, a lo largo de dos décadas, han ido delimitando algunos motivos y temas que constituyen auténticos hilos conductores de su trabajo. En primer lugar, la escultura entendida, en paralelo, como construcción autónoma creadora de un espacio propio y , como transformadora del espacio circundante. Lo que sitúa al espectador a medio camino entre la obra como objeto y como instalación en un espacio determinado, y le obliga a adoptar una actitud activa de contemplación visual y circulación física.
En segundo lugar, esa concepción de la escultura como “piel” que envuelve y/o separa dos realidades distintas: interior-exterior, estructural-decorativo, orgánico-mineral, objeto- contexto... son algunas de las dialécticas que Cristina Iglesias articula magistralmente con su investigación plástica.
Finalmente la importancia estructural de la luz, del claroscuro, en tanto que elementos indispensables para conferir a sus piezas esa cualidad de lugares accesibles, de zonas de tránsito, o mejor de límite que señala al espectador una continuidad más allá del objeto escultura, continuidad que no puede realizarse físicamente, en un juego de talante escenográfico: Tras la ilusión del decorado no existe sino el vacío.
La obra de la colección es una pieza excepcional en su trayectoria. Las veinte partes (de aluminio fundido) de las que está compuesta, pueden desplegarse o replegarse en un amplio abanico de posibilidades y supone un magnífico exponente de otro de los rasgos más característicos de su poética: el aprovechamiento de las paredes de la sala donde se instala la obra.
